Há sempre uma casa assim nas nossas memórias... ou por motivos felizes, ou por motivos menos felizes, há sempre uma casa assim na nossa infância e nas nossas memórias... :)
Algo de mágico quizá haya para que le encontremos encanto a esa tienda de miserias, mugre y acechanzas. Es cierto que atrae, pero me pregunto si no será que atrae en la foto. Creo que frente a ella, antes de entrar me pongo un traje para guerra química o biológica. Sin embargo es cierto que en la vencindad de las personas comunes suele haber ruinas así. ¿Que hay ahí que me seduce? La primera vez que la vi pensé que era algo de la penetrabilidad a la mirada. La malla y las rejas ponen en escena la defensa y el indefenso. El amarillo no parece tan viejo pero lo más extraño son esas manchadas blancas, desorientadas y hasta locas que quisieran menguar lo irreparable. En el interior sólo intuyo que esas sombras son de ausencia tenaz. Es en la torpeza bizarra de ese pintazo blanco donde siento el fracaso de una restitución desde lo dañado. En las imágenes de abandono a mi me acechan esas presentaciones oscuras.
Es cierto, José Manuel. Gracias por tu visita y comentario!
Gracias Betina! La verdad es que en ese momento ni se me ocurrió entrar. No sentí miedo ni inquietudes que pudieran hacerme retroceder o avanzar. Sólo me llamó la atención la fachada, tomé la foto y me fui.
Es verdad, Leo. No conocía la casa de Gabriela Mistral, y ahora, con tu comentario, la busqué en Internet. Tiene ese estilo, sí! Gracias por tu visita!
Dano, yo también me pregunto qué es lo que me atrae de esta y otras imágenes donde se reflejan las huellas del tiempo. En este caso, el hecho de que la puerta esté abierta, como invitando a entrar, contradice las medidas de seguridad que recubren las ventanas. La puerta del fondo, también abierta, deja un corredor hacia la luz que hace casi innecesario querer entrar... ya se adivina casi todo, la ausencia y el abandono. Gracias por tus palabras!
Chapi, cuando subí la foto al blog (no cuando la tomé), recordé un cuento corto, anónimo, que se llama "la casa encantada", de ahí el título... trata de una joven que soñaba con una casa y que al llamar a la puerta, le abría un anciano con quien no podía hablar porque justo despertaba... un día, por un camino encontró esa misma casa y al anciano que le abría la puerta... ella le preguntó si la casa estaba en venta... (copio las últimas frases del cuento)
-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
Há sempre uma casa assim nas nossas memórias... ou por motivos felizes, ou por motivos menos felizes, há sempre uma casa assim na nossa infância e nas nossas memórias...
ResponderEliminar:)
Los hechizos pueden ser ser benéficos o aterradores, y esta casa abre la puerta a ambas posibilidades.
ResponderEliminar(¿te animaste a entrar?...)
Me recordó la casa natal de Gabriela Mistral, en el Valle de Elqui, Chile...
ResponderEliminarAlgo de mágico quizá haya para que le encontremos encanto a esa tienda de miserias, mugre y acechanzas. Es cierto que atrae, pero me pregunto si no será que atrae en la foto. Creo que frente a ella, antes de entrar me pongo un traje para guerra química o biológica.
ResponderEliminarSin embargo es cierto que en la vencindad de las personas comunes suele haber ruinas así.
¿Que hay ahí que me seduce?
La primera vez que la vi pensé que era algo de la penetrabilidad a la mirada. La malla y las rejas ponen en escena la defensa y el indefenso. El amarillo no parece tan viejo pero lo más extraño son esas manchadas blancas, desorientadas y hasta locas que quisieran menguar lo irreparable.
En el interior sólo intuyo que esas sombras son de ausencia tenaz.
Es en la torpeza bizarra de ese pintazo blanco donde siento el fracaso de una restitución desde lo dañado.
En las imágenes de abandono a mi me acechan esas presentaciones oscuras.
No se si encantada o no, pero no me gustaría averiguarlo, no parece muy recomendable cruzar el umbral de la casa.
ResponderEliminarPreciosa luz y texturas.
Abrazos.
Es cierto, José Manuel. Gracias por tu visita y comentario!
ResponderEliminarGracias Betina! La verdad es que en ese momento ni se me ocurrió entrar. No sentí miedo ni inquietudes que pudieran hacerme retroceder o avanzar. Sólo me llamó la atención la fachada, tomé la foto y me fui.
Abrazos!
Es verdad, Leo. No conocía la casa de Gabriela Mistral, y ahora, con tu comentario, la busqué en Internet. Tiene ese estilo, sí! Gracias por tu visita!
ResponderEliminarDano, yo también me pregunto qué es lo que me atrae de esta y otras imágenes donde se reflejan las huellas del tiempo. En este caso, el hecho de que la puerta esté abierta, como invitando a entrar, contradice las medidas de seguridad que recubren las ventanas. La puerta del fondo, también abierta, deja un corredor hacia la luz que hace casi innecesario querer entrar... ya se adivina casi todo, la ausencia y el abandono.
Gracias por tus palabras!
Abrazos!
Chapi, cuando subí la foto al blog (no cuando la tomé), recordé un cuento corto, anónimo, que se llama "la casa encantada", de ahí el título... trata de una joven que soñaba con una casa y que al llamar a la puerta, le abría un anciano con quien no podía hablar porque justo despertaba... un día, por un camino encontró esa misma casa y al anciano que le abría la puerta... ella le preguntó si la casa estaba en venta... (copio las últimas frases del cuento)
ResponderEliminar-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
:[ la verdad es que ahora yo tampoco entraría :)
Un abrazo!